Ritual a los muertos


* Eduardo Sandoval Forero


Ofrenda de los indígenas
Mazahuas del estado de México.
Además de todos los
comestibles y bebidas que
le gustaban al muerto,
colocan su foto.
México es uno de los países latinoamericanos que ostenta una variedad de tradiciones culturales, las cuales en parte se reflejan en su folclor, artesanía, música, danza, pintura, gastronomía y diversos rituales como el del Día de Muertos, en el mes de noviembre de cada año.

En todos los tiempos de la existencia humana se han practicado ritos y ceremonias, pero la organización sociocultural, económica y el mismo entorno natural de los grupos humanos les imprimen particularidades que las diferencian, a pesar de que parecen similares; de tal manera que acontecimientos como el nacimiento, el matrimonio o la muerte suelen tener diversas explicaciones. La muerte, como realidad ineludible que acaece a todo ser humano, se vive, interpreta, se ritualiza y se representa de múltiples formas. Con la conquista y el mestizaje, la cosmogonía indígena cambia respecto a la vida y a la muerte, sin embargo, ese proceso de aculturación generó sincretismos que aún en la actualidad observamos en manifestaciones como la pintura, escultura, artesanías, danzas, fiestas, trajes, mitos y leyendas, y en la religión misma; impuesta y desarrollada como producto de tal mestizaje que integró lo prehispánico con el cristianismo.

En los estudios del México prehispánico se evidencia el marcado interés por las prácticas funerarias. Así vemos, que en el códice mayliabecchiano se registra que los meses nueve y diez eran dedicados a celebraciones mortuorias. Puede decirse que el tema de la muerte constituye uno de los elementos más importante en la expresión artística y religiosa de toda Mesoamérica.

Presente en toda la cosmogonía prehispánica, la muerte se asume como otra forma de vida y los poetas aludían a la vida y a la muerte, como una dualidad que integra una sola realidad. El rey Nezahualcóyotl le declamó a la muerte, y cada año, en el mes de noviembre, se reproduce y se declama en México su poema:

Aunque sea jade: también se quiebra,
aunque sea oro, también se hiende,
y aun el plumaje de quetzal se desgarra:
¡No por siempre en la tierra:
sólo breve tiempo aquí!
Como una pintura nos iremos borrando,
como una flor hemos de secarnos sobre la tierra,
cual ropaje de plumas del quetzal, del zacuán,
del azulejo, iremos pereciendo.

Ofrenda de los indígenas Otomíes del estado de Hidalgo. Comida, bebida, instrumentos de trabajo, guitarra y vestimenta del difunto.

Ofrenda mestiza. Ciudad de Tlaxcala. Sobre la mesa, calaveras de chocolate, azúcar y amaranto. Licor de tequila y adornos de papel «china»

Festividad y ritual de los muertos
El mundo actual se encuentra marcado por una serie de rituales que se realizan a través de actos formales o convencionales, cuyos mensajes y funciones son de carácter político, ideológico o religioso, y su convalidación se encuentra tanto en el imaginario como en la práctica de los diversos sectores sociales. En el México moderno, el ritual a los muertos, presenta manifestaciones de los tiempos más remotos, y se constituye en una de las expresiones de la mentalidad y la convivencia colectivas. El significado religioso del ritual a los antepasados (no a la muerte) tiene su comprensión a partir de una concepción profunda de la vida, la cual ha encontrado en el devenir de la humanidad, expresiones vigorosas entre los pueblos indígenas del pasado con los del presente, y con la población desindianizada del México moderno.

En honor a sus antepasados los hombres prehispánicos en diferentes momentos han dejado su huella en esculturas, máscaras, montículos, códices, tumbas, y ofrendas colocadas a los muertos. Entre los tesoros prehispánicos que aluden a la muerte, sobresale la «Cuatlicue», diosa de la tierra, de la vida y de la muerte, hallada en la tumba siete de Monte Albán. De igual valor la «cabeza de la vida y de la muerte» encontrada en Oaxaca, hecha de arcilla, con la representación de la vida en el rostro derecho y la muerte en el izquierdo.

Junto a esta riqueza arqueológica se pone de presente las maravillas culturales de los sobrevivientes indígenas, que como sucesores de las extraordinarias civilizaciones prehispánicas y herederos de una basta cultura ancestral han contribuido, a pesar de sus más de quinientos años de soledad, a la conformación de una identidad del mexicano. La festividad del Día de Muertos es una tradición típica de México que tiene sus inicios en la época prehispánica. A partir de la colonización española se establece un sincretismo religioso que influye en esta festividad; y en el siglo XX vemos aparecer la influencia cultural norteamericana con la celebración del día de halloween, principalmente en las ciudades.1

La mezcla de la tradición mexicana con elementos externos, es posible entre otras razones, porque la vida de los pueblos es dinámica y se va construyendo con cambios internos e influencias de otras culturas; dependiendo de las condiciones sociales, culturales, económicas y políticas de cada momento histórico. La formación económica y social mexicana, hace posible la presencia de diversos grupos sociales con sus correspondientes manifestaciones culturales y grados de influencias o prestamos de otras culturas. Por ello podemos apreciar, en la celebración del Día de Muertos, el esplendor tradicional del florido panorama en las comunidades indígenas, con sus respectivas ofrendas donde «están vivos los muertos», participando en las necesidades vitales, como son el comer y el beber. También es posible compartir el ritual en las ciudades, acompañado de ingredientes típicamente urbanos: altares majestuosos, calaveras de chocolate, esqueletos de dulces, y el delicioso pan de muertos hecho exprofeso para tales días. De igual manera es factible visitar al cementerio, espacio simbólico de religiosidad e interacción del mundo viviente con los muertos. El panorama del interior y del exterior constituye verdaderas ferias populares, ya sea en el campo o en la ciudad. Es costumbre de los mexicanos colocar ofrendas sobre las tumbas, consumir los alimentos en el panteón, y hacer las velaciones con diferentes tipos de música. Con ello se pretende establecer comunicación entre los vivos y los muertos.

Estande venta de calaveras de azúcar en la "Feria del Alfeñique". Ciudad de Toluca. "Los cajoncitos" de los muertitos de azúcar. Se acostumbra regalarlos a las amistades y compañeros de trabajo

En las zonas rurales y en particular en las comunidades indígenas, la festividad y el ritual del Día de Muertos, en gran medida refuncionaliza la dinámica familiar. El rol de la mujer, principalmente la madre, marca rasgos particulares de identificación de la tradición con la familia a través de las diferentes funciones que cumple al interior de la familia, pues se encarga del aseo, compra de ingredientes para la ofrenda, preparación de alimentos, arreglo de la casa, colocación de la ofrenda y de todas aquellas otras actividades que hacen posible la continuidad de la tradición y el rito religoso-cultural. La organización de tal evento obliga a la realización de una serie de actividades familiares y sociales que se ejecutan con varios días de anticipación. Esta dinámica incluye el retorno masivo de migrantes nacionales e internacionales que contribuyen a continuar, y al mismo tiempo a transformar la festividad, en la medida que aportan lo necesario para la compra de los elementos de la ofrenda, y a la vez manifiestan elementos culturales ajenos a sus comunidades.

El principio básico de esta tradición, parte de la concepción de que todos los muertos visitan las casas de los vivos para participar juntos en la fiesta dedicada a ellos. Por ello son indispensables las ofrendas. Se ofrece a los antepasados sus alimentos, bebidas, frutas y dulces predilectos. Acompañados con velas de cera limpia, copal, intenso olor a incienso; pan de muerto en forma de muñecos, de luna, redondos con cruces; flores silvestres, tamales, golosinas, pulque, cerveza, aguardiente, tequila, atoles, flores de cempasúchil2, nubes, gladiolas, terciopelo, flor de coronillas, mole, elotes, refrescos, camotes, cigarros y todos aquellos alimentos propios de la región. A las ofrendas para los «muertitos», le colocan pan con figuras de niño, dulces, leche, juguetes, cuadros de angelitos y fotos de niños muertos.

El lúgubre doblar de las campanas invita a las familias a que se presenten en el atrio de la iglesia, para posteriormente dirigirse al sepulcro del cementerio. Allí limpian cuidadosamente las tumbas y colocan las ofrendas correspondientes. Encienden cirios, depositan flores, arrojan agua bendita y después ofrecen oraciones a los difuntos. Los cementerios se ven colmados por multitudes que amanecen en ellos. Los manjares típicos de la cocina mexicana son colocados sobre las lápidas. Los alimentos satisfacen el hambre de los difuntos; ellos toman la esencia de la comida, y de esta manera consumen lo ofertado por familiares vivos. Las bebidas calman la sed de los muertos, por eso, bajan de nivel en el recipiente que son colocadas. Las veladoras le dan la pureza, y el camino de flor de cempasúchil le indican la entrada de la casa hasta el lugar donde se encuentra la ofrenda para que el difunto no se pierda. Igualmente la cruz ayuda al muerto a encontrar el camino y simboliza el permiso para que el alma del muerto pueda salir del cielo.

El pan es el símbolo de invitación fraternal para con el recién llegado. Las flores significan la pureza y ternura. El copal y el incienso alejan a los malos espíritus, son elementos de alabanza, representan la ofrenda a Dios y unen al que lo ofrece con el que lo recibe. El agua, fuente de vida, se brinda a los difuntos para que mitiguen la sed producto del largo camino.

El día 2 o de 3 de noviembre, los alimentos colocados en las ofrendas son retirados e intercambiados con familiares y amigos. De esta forma, la práctica ritual transmite un proceso cultural en el que la socialización traspasa al grupo familiar, estrechando vÍnculos parentales y de amistad a través de la participación en estos rituales públicos, al igual que con el intercambio de los productos de las ofrendas. Estos ritos son mecanismos de socialización, mediante los cuales se manifiestan colectivamente un pueblo en torno a sus antepasados y a la forma de concebir actualmente la dicotomía vida-muerte como expresión de identidad religiosa-cultural. De los diversos rituales públicos que se relacionan con la religión católica, el del culto a los muertos y al de la guadalupana; representan por su magnitud e incidencia social, satisfactores culturales y sociales que infiltran confianza espiritual en el individuo, familia y población creyente en general, lo que de otra manera complicaría la existencia con relación a la vida y a la muerte.

El ritual que se realiza en el Día de Muertos, se constituye por el hombre, los espíritus de los muertos y los elementos creados por él como velas, ceras e imágenes, y los obtenidos de la naturaleza como las flores y el agua. La acción del rito, como fuerza cósmica y mental generada a través del comportamiento colectivo, se sitúa en el punto de convergencia de la naturaleza, la sociedad, la cultura y la religión. Condensa el hecho mediante el cual el hombre se somete a la divinidad, como individuo o grupo familiar, en acto socialmente sancionado y aprobado por la colectividad. De esta manera, la práctica ritual combinada con las ceremonias y ofrendas, trasmite un proceso cultural en el que la mayoría de la población participa como parte de la vida social de México. Diversas instituciones sociales, culturales y educativas aportan su cuota de participación mediante la colocación de ofrendas.

De igual importancia son los concursos que las escuelas preparatorias y otros centros culturales convocan sobre ofrendas, calaveras, cuentos y trabajos escritos sobre el tema. Obras de teatro como «El Fandango de los Muertos» y las diversas representaciones artÍsticas que suelen hacer presencia desde la última semana de octubre son muestras elocuentes de la continuidad de una tradición que identifica al mexicano. Al respecto, amerita mención especial las Ferias del Alfeñique3 que para tal ocasión se instalan en los portales de las ciudades. Los artesanos del dulce, convertidos en verdaderos artistas, confeccionan esqueletos, calaveras, tumbitas, animalitos, representaciones de músicos, orquestas y diversos profesionistas, hechos de telas, papel, chocolate, frutas, ma-dera, barro, chicle y otros ingredientes de consumo popular.4

Haciendo abstracción de los dictados científicos del actuar del hombre, en el México contempor·neo sigue vigente la muerte como dulce compañera y como inexorable enemiga que hace que le teman y entren en angustia ante la vida, a la vez que juegan, la ridiculizan y se burlan de ella. Popularmente designan a la muerte con apodos irónicos e irreverentes como la calaca, pelona, huesuda, pelada, la flaca, dientona, catrina...

Prueba de ello son las sátiras, bromas, burlas, sonetos, metáforas, cantos, dibujos, caricaturas y parodias que en calaveras y esqueletos representan a políticos y personajes populares del país, estado o ciudad. En los primeros días de cada mes de noviembre, abundan por todas partes los versos llamados «calaveras», que significativamente y a manera de ofrenda, adelantan el juicio post-mortem aprovechando para poner énfasis en la crítica aguda, pero certera con todo el ingenio mexicano en donde la muerte est· presente y que ha perdido el poder de intimidar, convirtiéndose en la fiel colaboradora de artistas que contribuyen a establecer la justicia sobre la tierra.

Hoy en día, en las ciudades mexicanas, los versos «calaveras» son fieles acompañantes del ritual a la muerte, y contribuyen a señalar la miseria y los errores de la sociedad mediante la sátira a los políticos y gobernantes corruptos, en un festín macabro que no tiene paralelo en América Latina.

«Concurso de ofrendas»
en el patio central de la Universidad
Autónma del Estado de México.
Los concursos de ofrendas
son a nivel nacional
en todas las escuelas primarias,
secundarias, preparatorias y
universidades a nivel de licenciatura.
Todo este elenco de festividad y ritualidad, reflejo de la pluriculturalidad en México, impresiona a cualquier extranjero que de manera sorprendente contempla la participación social, familiar o individual, dependiendo del medio en que se encuentre. Mayor es la sorpresa cuando observa la gran variedad de calaveras elaboradas de azúcar, chocolate, camote o amaranto, con el nombre de un amigo, el padre o el hijo que de manera natural son obsequiadas y consumidas con el placer de saborear un suculento dulce en forma de esqueleto, o de paladear los huesos de la «pelona» sopeados con chocolate espeso y pan de muertos.

Es así como en el México contemporáneo una gran parte de la memoria colectiva se encuentra condensada en el ritual a los muertos, que celebran todos los sectores sociales y que se difunde por todos los medios de comunicación del país. Este ritual es la puesta en escena no sólo del sincretismo cultural y religioso de lo prehispánico con lo católico, sino que dramatiza acontecimientos significativos de la vida y la muerte de los mexicanos, conviertiéndose en un medio importante de integración social y de identificación con profundas raíces sociales y culturales de tradición indígena que comparte bienes materiales y culturales (Barth, 1976).

* Eduardo Andrés Sandoval Forero es investigador del Centro de Investigación y Estudios Avanzados en Ciencias Políticas y Administración Pública de la U.A.E.M y Director de la revista Convergencia.

Notas
1 Los niños disfrazados de brujitas, portando chilacayotes y calabazas en forma de calavera, recorren las calles, pidiendo dulces y monedas.
2 El cempasúchil, es la flor de los cuatrocientos pétalos, de color amarillo brillante y de olor muy penetrante, con la que se adornan los altares de las ofrendas indígenas o mestizas. También se deshoja formando caminos o cruces, para que guie a los que vienen del «más allá».
3 En la época prehispánica los indígenas ofrendaban a sus dioses con figuras de dulces de pinole en forma humana o de animales. Posteriormente esta tradición se mezcló con la española, y apareció el alfeñique.
4 Para fabricar dulces sabor a muerte, se requieren demasiadas horas al frente de la mesa y del fogon, es decir se requiere «paciencia de muerto».

Fuentes consultadas:
Barth, Fredrik (1976) Los grupos étnicos y sus fronteras, Fondo de Cultura Económica, MÈxico.
Malinowski, Bronislaw (1985) Magia, ciencia y religión, Origen/planeta, México.
Sandoval Forero, Eduardo A. (1997) Cuando los muertos regresan, Univ. Autónoma del Estado de México.
Vicent, Thomas Luis (1983) AntropologÍa de la Muerte, Fondo de Cultura Económica, México.


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