Victoria Verlichak* Sueño Nr 26, 1950. Fotomontaje, papel blanco y negro. 24x30 cm

 

   

 

 

La precursora y notable fotógrafa Grete Stern murió en Buenos Aires a los 95 años, el 24 de diciembre de 1999. Así, al cierre del siglo pasado se fue esta mujer testigo y protagonista de una centuria tan rica en avances y conocimientos tecnológicos como en guerras y dolor. Su obra fotográfica, respaldada por su formación en la vanguardia europea de los años veinte, es sinónimo del paso a la fotografía moderna en la Argentina, país al que llegó en 1935 exiliada de la opresión del nazismo.

A los 60 años emprendió un viaje paradigmático de su rica y azarosa vida. Sola, cargando su valija y equipo fotográfico, en 1964 recorrió a pie, en coche y carro las provincias argentinas de Formosa, Salta y Chaco para documentar la vida, costumbres y trabajos de tobas, matacos, mocovíes. Con la férrea voluntad que la caracterizó, la fotógrafa atravesó miles de kilómetros y decenas de dificultades para registrar centenares de tomas, documentos inapreciables de naciones nativas en lenta pero inexorable extinción. Los indígenas nunca supieron que la sencilla mujer que los visitó, nacida en Alemania en 1904, los fotografió con igual empeño que cuando retrató al célebre Bertold Brecht o al pensador Karl Korsch en Londres, luego de haber dejado su irrespirable tierra natal al ascender Hitler en 1933. En Chaco, Berlín o Buenos Aires, Stern tuvo la misma preferencia por la luz natural, las composiciones y formas claras que tornaron inolvidables cada una de sus fotos.

Criada en una familia judía de pequeños industriales textiles de Wuppertal, Stern rompió moldes al irse a vivir sola a los 23 años a Berlín, luego de estudiar diseño y trabajar en publicidad gráfica. Su madre viuda no podía estar contenta, estaba convencida que Berlín era el centro de la decadencia. Ciertamente, pero era también un formidable centro cultural. El estilo independiente de Grete la consternaba, hubiera querido verla peinada a la moda, rodeada de hijos prendidos de su falda y cortinas con puntillas en sus ventanas. Es que el curso de la vida de Stern tomó un rumbo decisivo al instante de haber visto el trabajo del norteamericano Edward Weston. Las imágenes la decidieron: eso es lo que quiero aprender, dijo. Se sumergió en el estudio de la fotografía que mayormente, entonces, se presumía apenas como una técnica. Aprendió de la mano de Walter Peterhans, su maestro también en los cursos de la Bauhaus en Dessau. En las clases privadas de Peterhans conoció a su amiga y, luego, socia Ellen Auerbach, con quien fundaría un estudio de fotografía y diseño en 1929. Por entonces el aspecto de Stern también traducía los cambios en su vida: llevaba el pelo corto, usaba cortinas hechas con repasadores y llevaba pantalones porque resultaban prácticos para andar de arriba abajo trabajando con Ellen.

Las fotógrafas firmaban sus trabajos como "ringl + pit", los nombres con que se las conocía de pequeñas. Con la avanzada del nazismo, tenían sobradas razones para no querer darse a conocer como mujeres ni como judías. Emancipadas e inteligentes, las artistas elegían a sus amigos y organizaban sus vidas alrededor del trabajo publicitario en el que sobresalieron por renovadoras y por el que fueron repetidamente premiadas. Eran representantes de lo que, en un análisis posterior, se llamó las nuevas mujeres de Weimar, celebradas en la pasada década del noventa con una sorprendente muestra colectiva en The Jewish Museum de Nueva York. Las fotos de "ringl + pit" fueron incluidas por su avanzado diseño e imaginativa óptica, por su vigencia y poder de síntesis.

Los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) borraron el antiguo estudio en Berlín, pero siempre conservó consigo algunas cámaras que logró sacar de Alemania a comienzos de 1934 cuando emigró a Londres con el sobre-saliente fotógrafo argentino Horacio Coppola, el compañero de la Bauhaus con quien se casó en 1935. Su hermano emigró a Estados Unidos y Auerbach, ahora en Nueva York, se fue a Palestina. La mayor parte de su familia murió durante la Shoah en los campos de concentración.

Al llegar a la Argentina en 1936, Grete trabajó con Coppola en la documentación del trazado de la plaza del Obelisco y en las fotos de la revista Sur, dirigida por la escritora Victoria Ocampo. Sufrió el mismo desarraigo de tantos inmigrantes pero, gracias a su matrimonio, consiguió los papeles de residencia con relativa facilidad. Se nacionalizó argentina y estableció vínculos afectivos y profesionales a los que le fue leal durante su larga vida. Fiel a su carácter, austero y reservado, nunca exteriorizó demasiado sus alegrías ni sus tristezas. La pérdida de su patria y el aprendizaje de un nuevo idioma seguramente le costaron mayores esfuerzos afectivos de lo que estuvo dispuesta a admitir. Recién permitió emocionarse cuando tomó contacto con Alemania a los 84 años, agasajada con una gran muestra en su ciudad natal.

A poco de llegar a Argentina, se mudó con su marido a Ramos Mejía a una casa blanca y despojada que los vecinos llamaban la fábrica. Muy para ella, la residencia se hallaba marcada por la estética de la Bauhaus, tanto como sus fotografías. Creada en 1919 por Walter Gropius, la experiencia de la Bauhaus duró solo 14 años pero su idea rectora contra los esquemas -su adhesión al momento y sensibilidad para lo nuevo, sus claras líneas y su luminosidad- puede ser vista todavía en cierta arquitectura y objetos funcionales. Junto a Coppola, Stern tuvo dos hijos. Luego de la partida definitiva del marido en 1943, Grete continuó su fenomenal desarrollo como artista. Aún cuando debió realizar distintos trabajos para sobrevivir, no hizo concesión alguna. Siempre quiso y supo mantener sus altos patrones artísticos. Alguna vez dijo que "trabajaría de cocinera antes que dedicarme a tomar fotos de casamientos" .

La lista de logros y batallas es extensa. A partir de 1943 realizó exposiciones individuales y trabajó en un taller propio que, prontamente, se convirtió en punto de encuentro de escritores y artistas plásticos, a quienes solía retratar. Además de su conocida serie de Patios de Buenos Aires y del Plan de Buenos Aires, de sus viajes por todos los rincones del país y de su serie de fotos sobre su amado paisaje del Delta, en 1948 inició la ilustración de los sueños para acompañar la sección "El psicoanálisis le ayudará" de la revista Idilio. Esta era una revista femenina del corazón que dedicaba un segmento, escrito con seudónimo por Gino Germani, el fundador de la sociología argentina, con consejos y respuestas a dudas de las lectoras. De este período son las geniales fotos, que con la técnica del fotomontaje, se constituyeron en su sello personal. Esta serie, luego, le permitió volar. En distintos momentos fueron mostradas tanto en Buenos Aires, como Houston y Valencia, Tolouse y San Pablo, Berlín y Madrid.

A mi juicio la serie de fotomontajes para Idilio fue la primera obra fotográfica -y la más importante hasta hoy- radicalmente crítica de la opresión y manipulación que sufría la mujer en la sociedad argentina de la época, y de la humillante consecuencia del sometimiento compartido. La mirada zumbona y sarcástica de Grete no se detiene en la compasión por la víctima, sino que avanza también sobre los resultados alienantes de su resignación, apunta el investigador Luis Príamo.

Destrozada por la trágica desaparición de su hijo en 1965 y por la súbita muerte de su hermano, apenas un mes después de haberlo reencontrado tras 20 años de ausencia, a duras penas se consoló con la música y su trabajo, que incluyó el taller de fotografía del Museo Nacional de Bellas Artes. Tras años de tranquilidad, a partir de los años ochenta aquí, en Estados Unidos y Europa, su obra individual y la de "ringl + pit" recobró un interés especial.

Son pocas las fotografías que pueden sostener el paso de los años, pero las de Grete Stern parecen crecer con el tiempo, quizá porque ella siempre fotografió lo que quiso hacer ver. Su última individual fue una retrospectiva realizada en el Museo Fernández Blanco de Buenos Aires en 1995. Pero, aún cuando ya estaba muy cansada y enferma, en sus últimos días pudo saber que su obra fue elegida para la tapa del catálogo de la muestra de fotografía argentina del siglo XX exhibida en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires, un merecido reconocimiento tras casi cincuenta años de actividad permanente en el país.

* Victoria Verlichak es historiadora y crítica de arte


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